Primera tierra, una idea del mundo en una pintura-escultura
Una obra de Nicolás Gómez inspirada en el mapamundi que el filósofo Anaximandro diseñó en el siglo V a.C.
Por Érika Martínez Cuervo
El mapa como un artefacto cultural, como la construcción en imágenes de los territorios descubiertos, vistos y previstos; es uno de los temas que fascinan al artista Nicolás Gómez. La memoria visual física y cultural del mundo en su constante transformación ha hecho parte de sus disertaciones con los estudios cartográficos de científicos y humanistas que anteceden su tiempo y que con abstracciones lograron codificar conceptos complejos y materias volátiles irrepresentables. “El plano ideado por el filósofo y astrónomo Anaximandro presenta al mundo conocido entonces por la cultura occidental, como un aro terrestre en el cual se compenetran fragmentos del sur de Europa, del noreste de África y del noroeste de Asia alrededor del Mar Mediterráneo, circundado a su vez por un oceáno”, señala Gómez sobre el mapamundi del siglo V a. C. que inspiró su obra Primera tierra.
Primera tierra (2013) abstrae ese “océano circundante” del mapa de Anaximandro. El aro de agua moviente es materializado con un mazacote de acrílico blanco que a su vez remite a morfologías del paisaje terrestre. Quiero pensar que para Gómez esta es otra de sus concreciones en las que el lenguaje pictórico le permite reflexionar sobre la complejidad de las formas y los fenómenos de la naturaleza. Lenguaje a partir del cual constituyó otra idea de mundo, un artificio cartográfico creado con las libertades estéticas que el arte le concede. Primera Tierra me hace evocar el personaje mitológico Atlas representado por Farnesio hacía el 150 a.C. , esa escultura del hombre que porta el mundo en sus espaldas; en la pieza de Gómez, esa masa pictórica (ese esbozo de mundo, también de paisaje) que pesa formal y visualmente, es sostenida por unas leves bases de madera. También me atrevo a mencionar una categoría de Da Vinci que en sus estudios describe las superficies agitadas: agua panniculata (agua rugosa o arrugada), la pintura-escultura de Gómez materializa esas agitaciones del agua, esa vitalidad propia del océano.
(Edición 105 de la Columna visual IMAGINARIOS - Cultura / El Espectador. Publicada el Sábado 30 de diciembre de 2017).
Primera tierra
Nicolás Gómez Echeverri
Acrílico y madera
70 x 116 cm
2013
Fotografías de la obra por Juan Espinel
La especificidad tropical
Francis Hallé es científico divulgador. Su labor como investigador del bosque tropical la ha alternado entre el estudio de este gran bioma y la divulgación de sus descubrimientos.
Un mundo sin inviernos, el trópico, naturaleza y sociedad, es un libro que busca aquello que diferencia a la franja intertropical de las zonas templadas, y así tratar configurar su contexto. Busca desmitificar algo que se ha denominado como la condición tropical, que hace referencia a cierto fatalismo con lo que algunos geógrafos justifican los altos niveles de pobreza, injusticia e inequidad que se tienen en los países situados en esta franja del globo.
Hallé defiende la idea de que encontrando sus especificidades biológicas y geográficas (también astronómicas) se podrá concluir una hipótesis desde la cual pensar esta enorme región. Pensarla alejada de la visión europea o norteamericana, pensarla desde un mundo sin estaciones diferenciadas.
¿Qué nos determina en el trópico? Los ríos más grandes del mundo, una enorme biodiversidad en corales y bosques, flora y fauna exóticas, interacciones bióticas complejas, fotoperiodismo, son algunas de estas especificidades que Hallé nos muestra como fenómenos exclusivos del trópico.
Nos dice además que aunque su posición no es puramente determinista, es imposible pensar que no estamos condicionados por la geografía y el clima; negarlo sería tapar el sol con las manos. Su posición es, desde la ciencia (también desde la poesía y la literatura con las que ilustra variados paisajes tropicales), tratar de aportar al conocimiento de estos países que como bien sabemos poseen graves problemas sociales y económicos. Que tratemos de entender la complejidad de la que estamos hechos y podamos, desde esa increíble maraña contrastada, construir modelos diferentes, más propios.
Por Hernán Arango
Montañas de Felipe Bonilla
En la búsqueda de nuevos rumbos y paisajes, Felipe Bonilla, artista plástico bogotano, decide, a finales de 2013, aceptar una invitación para dictar unos talleres de dibujo en La Guajira. Allí, en medio de un paisaje inhóspito cercano a la mina del Cerrejón resulta maravillado con una pequeña colina que desaparece poco a poco con el pasar del tiempo. Esa imagen, entre poética y apocalíptica, que retrata a la vez el tiempo detenido de la naturaleza y los ritmos vertiginosos de la sedimentación, se vuelve el motor de una serie de dibujos hechos con carbón vegetal, gasolina y petróleo. Vemos un hoyo de líquido negro que parece un universo en medio de un volcán, una explosión de partículas que se esparcen en el papel, una roca que parece una reliquia, unos cielos estrellados y unas topografías que parecen impulsarlo a seguir viajando por diferentes regiones del país.
Tras la Guajira, Valledupar y su cerro Besotes, una reserva natural en forma de herradura que hace parte del macizo de la Sierra Nevada de Santa Marta y que se caracteriza por unas pendientes tan pronunciadas que se asemejan a empinados acantilados. Allí, a pesar de las dificultades de adentrarse en la naturaleza, Felipe retoma sus dibujos y produce una bella animación cuadro a cuadro en donde la sombra de las nubes se desliza sobre la piel de la montaña.
Luego vendría Medellín, sus vistas desde Moravia y las lucecitas encendidas en medio de la noche como si se tratara de un pesebre. Sin duda otro tipo de montaña, la que acoge el ruido, el movimiento de la gente y los mapas de una urbe. Y así sucesivamente en una deriva expectante que no hace sino ampliar tanto el reconocimiento del territorio como su práctica artística.
Ver animaciones aquí.
Por Daniel Salamanca
Un recorrido por los monumentos de Passaic de Robert Smithson
La obra de Robert Smithson es absolutamente actual. Su pensamiento nos pone delante de los efectos de la sociedad industrial y su pregunta va hacia la redefinición del monumento, entendido este como pieza que define una cultura. ¿Cuáles son hoy esos monumentos?, ¿Cuáles los materiales con qué construirlos? Nuestra sociedad, dicen algunos, es la sociedad del espectáculo; la sociedad de la basura, dicen otros. Es lo que producimos, lo que nos diferencia. ¿Y qué es el arte sino la re-presentación del mundo que nos toca?
Smithson toma como concepto de su obra la entropía –término traído de la termodinámica que nos habla de aquella energía propia de los sistemas que tienden al caos y que el antropólogo Levi-Strauss retoma para explicar la sociedad moderna-, y entiende que lo nuestro es el anti-monumento. Es decir, los efectos no pensados, colaterales, de la ciudad industrial. Éstos constituyen nuestro legado histórico pero también estético: grandes descampados sin atributos residuos del sistema vial moderno, enormes canteras abandonadas, tuberías de deshechos que marcan el contacto con el mundo natural. Smithson percibe esa nueva belleza y hace de ella el fundamento de su pensamiento.
Una de sus obras más emblemáticas es Un recorrido por los monumentos de Passaic, New Jersey, 1967. Un viaje a pie por una ciudad suburbana en la que Smithson va tomando unas fotografías (instantáneas) de aquello que considera él son nuestros monumentos. La fotografía le permite cierta distancia de aquello que a simple vista podría parecer ordinario o común. Una mirada desde el extrañamiento que busca encontrar lo que él describe como una nueva belleza. Una obra que buscaba redefinir las técnicas del arte: cuadernos de apuntes, fotografías, textos y el viaje mismo.
Por Hernán Arango
Edificio Cosmos
Imaginen una cuidadosa edición de artista que mide 13 centímetros de ancho por 18 de alto y cuya cubierta fue finalizada en un papel Relux Perlado, de color Negro y 240 gramos de espesor que abrazan las casi 300 páginas que constituyen su interior. La superficie, lisa y elegante, produce minúsculos destellos al contacto con la luz, como si de un firmamento se tratara. Y en el centro, a manera de portada, sobresale lo que parece ser la primera estrella de ese universo, un círculo en plata junto con el título del libro -Edificio Cosmos- y el nombre de su autora: Mayana Redin.
Antes de abrirlo me es inevitable no pensar en un edificio circular que ha estado en la calle 100, muy próximo a la autopista norte, en la ciudad de Bogotá, desde principios de los años ochenta: el Hotel Cosmos 100. Un adefesio forrado en vidrio polarizado oscuro y con bloques marrón verdoso, contrastado con ladrillo y un arco en mármol que remata la entrada. A mi modo de ver una pista más del auge de la narcocultura en nuestro país. Mayana, sin saberlo, confirma mis asociaciones transculturales.
Cafon o Brego lo llama ella en portugués mientras yo trato de traducirlo con los términos “ostentoso”, “lobo” o “traqueto”. Y si bien este libro no pretende realmente hablarnos de eso, ni hacer una crítica al respecto, sí recoge un periodo de tiempo, una pretensión estética y unas cualidades específicas del paisaje urbano y la arquitectura de tres ciudades brasileras donde ha vivido Mayana: Rio de Janeiro, Belo Horizonte y Sao Paulo. Lo hace, de manera poética, yuxtaponiendo al mapa oficial una constelación de edificios con nombres estelares: Polaris, Luna Palace, Sagitarius, Galaxia, Centauro, Pegasus, entre muchos otros. Un complejo espacio sideral transitado en tierra por Redin.
Por Daniel Salamanca
Space is not the setting (real or logical) in which things are arranged, but the means whereby the positing of things becomes possible.Maurice Merleau-Ponty, Phenomenology of Perception